
Plagado de nostalgia y misterio, este largo viaje hacia la noche (largo en metraje también) puede resultar a la mayoría tedioso y aburrido. La vi en el paranimfo de la universidad y no fueron pocos los que abandonaron la sala según pasaban los (largos) minutos. No es plato de buen gusto para muchos, es cierto. Los que quedábamos en el cine corríamos serio peligro de no entender nada o de dormirnos como parece pasarle al protagonista en el cine que es puerta de entrada al mundo de los sueños, como veremos.
Esta atípica película tiene dos partes claramente diferenciadas. La primera, en la tradición del cine negro y mezcla de pasado/presente, explica la búsqueda por parte del protagonista de una chica, un antiguo amor perdido. La segunda parte empieza a mitad de película cuando el prota se mete en un cine y se pone las gafas 3D requeridas por la proyección. Es aquí cuando aparece el título de la película acompañado de los créditos mientras el prota parece dormirse. Comienza aquí un festival de lo onírico digno de Lynch, como uno de esos sueños febriles donde tenemos que encontrar o hacer algo y no paran de salir obstaculos, donde encuentra o puede que no a la chica del pasado, o quizá es otra o quizá es ella pero ya mayor, que no tiene nada que ver con quien le enamoró o descubre a una nueva chica en unos billares, entre altercados con los parroquianos en el contexto de una verbena de barrio.
Secuencias inolvidables como el travelling de la tirolina o el plano secuencia 3D de casi una hora durante la fiesta popular crean una atmósfera envolvente que nos atrapará sin remedio en este film circular, como lo es para Bi Gan el tiempo. El reloj como símbolo de lo eterno y las bengalas como reflejo de lo efímero, nos darán pistas de donde estamos o donde podemos estar, en el análisis ineludible que se plantea al abandonar la sala tras ver esta impactante película. 5 estrellas sobre 5 (“Muy buena”)


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