
La primera (y afortunadamente última) película de Ricardo Bofill fue un bodrio insufrible, un truño vomitado en media hora en dos servilletas que daba mucha vergüenza ajena, incapaz de ser levantado por gente como Macarena Gómez, Quique San Francisco o Ana Turpin (cómo les embaucó para hacer semejante bazofia es algo que nunca entenderé).
Una joven granjera adora bailar. Una promoción de su leche (Hot Milk) le lleva a una convención en Madrid junto a una grupo de starletts. Una suerte de road movie con la excusa de la pérdida del reclamo del producto le lleva a toparse con gente tan salada como Sergio Pazos, que mueve por las discos de moda a todo tipo de colgaos, o Macarena Gómez, en un simpático papel quizá de lo menos abominable de la película. Pijos por Ibiza, drogas, sexo, hippies trasnochados y demás fauna pueblan esta pesadilla que nunca debió ver la luz. La calificación de 2 sobre 5 la obtiene gracias al buen hacer de los actores que no tienen culpa de la ida de olla de Bofill.
