
He de reconocer que sufro de un incomprendido mal (posiblemente endémico de estas latitudes y longitudes), materializado en un exceso de tiempo libre y una pachorra absoluta. Esas gentecillas estresadas del sur y levante peninsular no lo apreciarán debidamente, atareadas como están poniendo cafeses y limpiando roña guiri para subvencionar nuestro apacible paraíso nororiental.
No resulta difícil inferir que esta circunstancia, unida a la forzosa cuarentena, puede derivar en situaciones inquietantes que poco a poco se precipitan inevitablemente hacia lo absurdo Pero admito que nunca imaginé llegar a cotas tan aberrantes y grotescas, dignas de una pesadilla lovecraftiana aderezada con orujo de herbas. Hay un catálogo de actores y directores que, directamente, no puedo ver. Por alguna razón, a menudo inexplicable, su presencia en pantalla me resulta insoportable y me empuja a vetar sus cintas independientemente de su calidad y/o argumento.
Por otra parte, es de sobra conocido mi aguante ante la pantalla y mi compromiso con el cine de factura cuestionable En muy raras ocasiones he interrumpido o acelerado el visionado de un filme, acontecimiento que automáticamente lo ubica en un olimpo “hors catégorie” más allá de la órbita de Neptuno, directamente en otra galaxia. En fin, creo que ya sabéis por donde voy...

Código 46 (2003) es un detrito cinematográfico dirigido (?) por Michael Winterbottom y protagonizado (?!) por Tim Robbins. Este directorcillo es uno de esos iluminados aficionados a la lentitud exasperante, a los planos larguísimos e insulsos y a los diálogos pretendidamente profundos en los que disimular la NADA absoluta que nos ofrece.
Por su parte, el amigo Tim se ubica en el TOP de fulanos que no puedo ver, por alguna razón no específicada. Quizá sea su aire de gañán supremo, su garrulismo progre-caviar o parecerme más tonto que Miguél Bosé, los terraplanistas o cualquier ministro de Zapatero. Lo que sea.
El porqué de ver esta cinta ya se imagina leyendo el primer párrafo: si el hastío insondable te empuja al masoquismo, empieza por la ciencia ficción que igual duele menos. Pues no. La premisa futurista-distópica que ofrece la película, lejos de hacer menos traumático el trance, globaliza el desastre y te deja anclado entre la estafa y la mala hostia.
Como buen asturiano, siempre busco extraer algo positivo de la experiencia, y aquí la enseñanza está clara: descubrir a Samantha “alerón peludo” Morton, una tipa tan repulsiva que logra eclipsar a Robbins y hace desear que lo enfoquen a él como mal menor. Sin duda un saber valioso que me ayudará a evitar filmes degradantes en el futuro.
El reparto es pura mierda, sin paliativos. A los mencionados e indeseables Robbins y Morton, se une una recua de chinos, moros, lateros y vendedores de kebab sin ninguna relevancia, que casi te hace percibir un sutil aroma a sobaco y cebolla en alguna secuencia. Trufas no hay, pero cambio se ve el presunto parrús de la Morton, logrando autoconvencerme de que no es el suyo para evitar traumas.
La trama, aaah la trama, en fin. El mundo en 2046 se está poniendo feo y va camino de convertirse en Murcia.
El sol rasca que te cagas, por lo que la peña vive de noche y duerme de día. Al principio nos cuentan que debido a rollos genéticos y fecundación in vitro y babayadas varias ahora todos somos premoh, y que pa tener un guaje hay que ir al Concello a cubrir mil mierdas no sea que al echar el grumo te salga Borbón. En este panorama la gente guapa vive en grandes ciudades cerradas en plan Shangai, Nueva York o Benidorm, y la plebe cutre del exterior malvive en la Cañada Real, robando cobre y tocando la caja y cosas así.
Para entrar a las ciudades, viajar o sacarse un moco hacen falta unos “papeles”, una especie de pólizas de seguro que si no las tienes o te caducan estás jodido. Robbins es un picapleitos o algo así de una aseguradora chunga de esas que viaja a China a investigar un mamoneo de papeles falsos. Entre el cúmulo de absurdeces que nos van contando, mencionan que para entonces existen unas pastis que te dan habilidades chachis, usando nuestro amigo en su curro una de “virus de empatía” que te permite leer la mente y ver las bragas y esas cosas.
Acaba de empezar y ya me está cargando tanta chorrada, pero aprieto los dientes y sigo... El fulano es un pichabrava y tiene a la muyer en casa planchando gayumbos, así que le entra el calentón con una empleada (Morton) de la fábrica que investiga y la monta. Aún no se ha cumplido media hora de película y ya hago el primer fast forward ante el profundo asco que me dan esos dos payos dándose el lote.
Durante la siguiente soporífera media hora sigue el rollito y nos descubren que efectivamente nuestros amantes de Teruel son primos, pero para entonces ya habremos deducido que aunque no lo fueran el crío les saldría tonto igual. Al llegar la hora de metraje me planto y digo basta ante tal cúmulo de despropósitos, así que hago fast forwad hasta el final: más virus chungos, rollete bondage vomitivo, sobaco peludo, parrús pelao, una especie de huída por la nacional Murcia-Albacete, una toña y un final de esos que te dejan con ganas de matar por haber tirado 90 minutos de tu vida.
En resumen, la película es una monumental ESTAFA. Nos propone su premisa distópica a modo de gancho para colarnos una historia de dos tortolitos insulsa, pretenciosa, estúpida y aburrida hasta el paroxismo. Seguramente me deje muchos detalles relevantes y/o mugrientos por el camino, pero mi cerebro sabiamente va difuminando los detalles de este atentado audiovisual a cada día que pasa. Mejor.
Del “desempeño” actoral no puedo decir gran cosa: Tim Robbins perpetra su papel con el garrulismo habitual que rodea a todo su ser, más el añadido de un tinte tan horripilante que me reconcilia con los estilistas eslavos de los Van Dammes y Seagals más tardíos. Lo más reseñable es efectivamente el personaje de Samantha Morton: su apariencia e interpretación me resultó tan repugnante y desagradable que llegué a agradecer los planos de Tim Robbins como descanso visual y mal menor, como ya mencioné anteriormente.
Parece que nunca todo fondo en mis artículos, pero es que hasta yo me sorprendo de las cosas que se pueden llegar a rodar, y tiemblo al pensar en todos esos filmes aún más nauseabundos que circulan por ahí esperando reseña. Desde el consejo de administración me han pedido que haga algún tipo de valoración numérica o ranking, pero como soy discípulo de Juanele y Pirri Mori paso mil de lo que diga el entrenador: sólo diré que entra en el nº 2 a gran distancia de Vivarium, campeona indiscutible de lo indescriptible y con el agravante de haber tenido que visionarla entera por deferencia al compañero recomendador Sergio Guerrero (voy a ir con mi primo a arreventarte, estás avisao).
Trailer oficial (inglés)
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